NO TE ESFUERCES

No te esfuerces por la corona

Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.                             1 Corintios  9: 25

En los tiempos de Pablo, como en los nuestros, las olimpiadas eran muy estrictas. Un atleta podía ser descalificado si no contaba con diez meses estrictos de completa preparación. En esos diez meses de entrenamiento, el atleta tenía que olvidarse de todos los placeres. La palabra griega que Pablo utiliza en nuestro versículo de hoy es agonizomai, que significa “agonizar”. El atleta agonizaba para poder obtener la victoria. La preparación implicaba abstenerse de todo lo que no ayudara a cumplir el objetivo deseado. Los atletas debían tener el respaldo de diez meses de dominio propio, y si cumplían con esto, era muy probable que obtuvieran un buen lugar en la carrera.
Recordamos a Janet Evans, la niña prodigio de la natación estadounidense. En el mes de marzo de 1988 se convirtió en la primera nadadora en romper la barrera de los dieciséis minutos en la prueba de los 1,500 metros libres. Y en los Juegos Olímpicos de Seúl, de 1988, se convirtió en la reina de la piscina. Ganó tres medallas de oro. ¿Cómo lo hizo? Agonizando. Completó más de 250,000 vueltas de la carrera de su especialidad.— Citado por Jack Canfield, The Success Principie, p. 132.
Con esto el apóstol quiere decir que lo mismo se requiere para obtener la victoria en la carrera cristiana. La lucha de la fe es agonizante. Lo mismo debe ocurrir en la vida del cristiano. Es decir, es preciso luchar por todos los medios para perseverar en la disciplina y cumplir el objetivo principal: ser como Jesús. Esta disciplina debe incluir todo nuestro ser cuerpo, mente, y espíritu.
Ya sabemos que el premio que los atletas ganaban en las olimpiadas de aquel entonces era una corona de hojas de laurel. Incluso en algunos lugares era una corona de hojas de apio. Divertido, ¿verdad? A veces las hojitas ya estaban marchitas cuando le ponían la corona al campeón. No es extraño que Pablo haya dicho que era una corona corruptible.
Pero la corona no era lo importante. Como en los tiempos modernos, la victoria implicaba la fama, el prestigio, y, en la mayoría de los casos, la fortuna. La corona no era más que un símbolo de victoria. Como hijos de Dios, no debemos luchar y esforzarnos por la corona, sino por la victoria.
Ningún premio será más grande que el abrazo y las palabras de Jesús: «Bien hecho mi hijo querido». Esto nos dará un gozo inefable y glorificado por toda la eternidad.

Que Dios te bendiga

 Abril, 24 2009

¡Jehová, va a cambiar, tu historia hoy aqui!

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