«Volarán como águilas»

(Antevíspera del Día Internacional de las Poblaciones Indígenas)

Cuentan los indígenas de América del Norte que un guerrero encontró un huevo de águila y lo puso en el nido de un urogallo, ave gallinácea de aquel continente. El aguilucho salió del cascarón con una nidada de polluelos y se crió con ellos. Toda su vida el águila, convencida de que era un urogallo, siguió las costumbres de los urogallos. Escarbó en la tierra en busca de semillas y de insectos para comer, y en la época del celo daba gritos roncos que se parecían al mugido del toro. No llegó a volar a más de un metro de altura. ¿Acaso no volaban así todos los urogallos?

Pasaron los años y envejeció el águila. Un día vio un ave espléndida que volaba en las alturas del cielo. La mantenían a flote las poderosas corrientes del viento, de modo que atravesaba el firmamento casi sin tener que emplear la fuerza motriz de sus hermosas alas doradas.

—¡Qué ave tan elegante! —exclamó el águila en presencia de su vecino—. ¿Qué será?

—Es un águila, el ave más importante de todas. Pero tú ni lo sueñes. Jamás podrás llegar a esas alturas.

Así que el águila no volvió a pensar en eso. Y así murió, convencida de que era un simple urogallo.

A diferencia de este triste mito indígena tenemos, en el cuarto Evangelio, la historia del llamamiento de Simón. Sucede que su hermano Andrés lo encuentra y lo lleva a Jesús, quien lo mira fijamente y le dice: «Tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas (es decir, Pedro).»1 Ahora bien, Simón sabe que el nombre arameo Cefas, que corresponde al nombre griego Pedro, significa «roca». Así Jesucristo le da a entender que no ve en él lo que es sino lo que puede ser. No ve su estado actual sino las potencialidades de su ser. Le pone por nombre Pedro, que significa «roca», porque tiene fe de que será un hombre fuerte que habrá de influir para bien en la vida de un sinnúmero de personas. Cristo ve en el espejo de Simón lo que Simón mismo es incapaz de ver. Más allá de los tropiezos que Simón habrá de sufrir a causa de sus debilidades, el Maestro de Galilea ve que este discípulo tiene la posibilidad de ser fuerte como una roca.2 Y a pesar de las decisiones lamentables que llevarán a Pedro al extremo de abandonar y negar a su Señor, con una mirada y palabras penetrantes Jesucristo habrá de mostrarle su amor y hacerle ver que a Él sí le gusta lo que ve en Simón Pedro.3

Al igual que la tuvo con Pedro, Dios tiene fe en cada uno de los que hemos sido creados a su imagen y semejanza. A cambio, Él espera que tengamos fe primeramente en Él y luego en nosotros mismos, es decir, fe en las posibilidades con las que fuimos creados. Así se harán realidad en nosotros las palabras del profeta Isaías: «Los que confían en el Señor… volarán como las águilas.»4

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1Jn 1:42
2Hch 1:12—12:19; 15:7
3Lc 22:55-62; Jn 21:15-19
4Is 40:31

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