(Víspera del Bicentenario de la Independencia de Guayaquil)

Isabelita Morlás, hija de Pedro Morlás y María Tinoco, nació en Altagracia, hoy Venezuela, en 1802, pero vivió su niñez y juventud en Guayaquil, hoy Ecuador, debido a que a su padre lo nombraron tesorero del cabildo de la ciudad.1 No tenía ella más que catorce años de edad cuando comenzó a ser objeto de las atenciones románticas del Capitán León de Febres Cordero.

Según el historiador ecuatoriano Camilo Destruge, «hallándose de visita [don José de] Villamil, [don José] Antepara y [el Capitán] Febres Cordero en casa de la familia Morlás, la avispada muchacha declaró sus deseos de bailar aquella noche del primero de octubre de 1820. El señor Villamil se apresuró a expresarle que sería complacida, [y le] rogó a Antepara que… [hiciera] los arreglos necesarios para la fiesta.»2

Gracias al capricho de Isabelita, pero sin ella saberlo, esa noche, sin levantar sospechas, asistieron como invitados a la fiesta en la casa de Villamil la crema y nata de los ciudadanos de Guayaquil, quienes ya habían manifestado sus intenciones de independizarse de España. Fue así como, en un pequeño salón preparado de antemano por Antepara, pudo celebrarse la histórica reunión secreta a la que aquel prócer guayaquileño llamó «La Fragua de Vulcano». Pues fue allí donde los conspiradores fraguaron los planes que permitieron llevar a feliz término la gloriosa revolución del 9 de octubre de 1820, que culminó con la declaración de la independencia de Guayaquil y abrió las puertas de la libertad a todos los pueblos de la Real Audiencia de Quito.3

El historiador guayaquileño Melvin Hoyos cuenta que Febres Cordero e Isabelita vivieron un tórrido romance en tiempos de guerra.3 De ahí que Hoyos haya servido de asesor en la película «Camino a la libertad», en la que el protagonismo se centra en el oficial León de Febres Cordero y la historia de su amor con Isabelita Morlás, con quien contraería matrimonio al finalizar las luchas por la independencia y tendría más de diez hijos. Como la película narra la historia de los patriotas que forjaron la independencia de Guayaquil y de Ecuador, se produjo puntualmente antes de la celebración del bicentenario de la independencia.4

Es interesante notar que en aquel entonces realmente no importaba que aquellos patriotas no fueran naturales de Guayaquil. Si bien no lo era la joven Isabelita Morlás, tampoco lo eran los próceres Febres Cordero ni Villamil. Guayaquil no era más que un asentamiento de unos quince mil habitantes, muchos de ellos colombianos o peruanos —explica Hoyos—. Y no había Venezuela; ni Colombia, que era más bien el virreinato de Santa Fe de Bogotá; ni Perú, que era el virreinato de Lima. De modo que la nacionalidad era lo de menos.5

Gracias a Dios, a Él tampoco le importa nuestra ciudadanía en este mundo ni mucho menos nuestra nacionalidad. Pero sí le importa muchísimo que permitamos que nos adopte como hijos suyos para que así seamos ciudadanos del cielo. Por eso envió Dios a su Hijo Jesucristo al mundo: para que diera su vida por nosotros y nos abriera así las puertas de la libertad eterna.6

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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