Debilidades y virtudes

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Imagen por mariejirousek

Pierre Mathieu, cronista de cámara de Enrique IV de Francia, era un individuo a quien le gustaba decir las cosas tal y como son. Por eso al escribir la historia del reino, no hacía esfuerzo alguno por ocultar los desaciertos y las indiscreciones del galante monarca. ¿Acaso no era eso lo que le aseguraría un lugar merecido en la historia de su pueblo?

Luego de presentarle a su señor algunas páginas recién escritas, el rey no pudo menos que darse cuenta de su estilo franco y poco halagüeño tocante a él. Sus malas decisiones y su conducta dudosa no brillaban por su ausencia como él esperaba; al contrario, ¡relucían como trapos sucios que se sacan al sol! No vaciló, por lo tanto, en preguntarle al cronista con cierta incredulidad:

—¿Para qué revelar mis debilidades?

Mathieu no se acobardó, sino que repuso impasible:

—Señor, para que sean creídas vuestras virtudes.

Por eso dice un refrán: «Alabar lo bueno y reprochar lo malo, justicia es que hago.» Y otro proclama: «Del pan y del palo: uno para el bueno, y otro para el malo».1

A muchos se les olvida que la Biblia, además de ser una guía práctica de fe y de conducta, es la historia de un reino, no del rey Enrique sino del Rey de reyes, y no de Francia sino de todo el universo. Como tal, es un documento histórico cuyo Autor, de principio a fin, se preocupa por que cada crónica sea fidedigna, es decir, digna de fe o de crédito. Lo hace porque tiene como objetivo la confianza absoluta de quien lee su libro. No puede haber duda alguna de que es veraz. Por eso presenta a sus protagonistas principales como personas de carne y hueso. ¡Sus héroes no son menos humanos ni tienen menos defectos que los de Madariaga y de García Márquez! ¡Por algo será que tantas de sus historias han servido de guiones cinematográficos! Tratan con franqueza los temas que están de moda en las telenovelas de actualidad, pero con una importantísima salvedad, que es la razón por la que Dios insistió en que formaran parte del canon: nos enseñan a llevar una vida sana y provechosa. No ocultan los pecados grandes ni pequeños de sus personajes, porque así podemos identificarnos con ellos, conscientes de que no son mejores que nosotros, y el ejemplo de la consecuencia de sus pecados nos lleva a tomar una de dos decisiones: evitarlos, si no es demasiado tarde, o pedir perdón por los que hayamos cometido.

El cronista francés tenía razón: Para asegurar que sean creídas nuestras virtudes, debemos revelar nuestras debilidades. Pero hay algo más: Para asegurar que haya virtudes nuestras que se puedan creer, debemos creer en el Dios de las virtudes que nos asegura la salvación.

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Luis Junceda, Del dicho al hecho (Barcelona: Ediciones Obelisco, 1991), p. 170.

Un Mensaje a la Conciencia

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