Ni por la mañana ni por la tarde
Se cuenta que sucedió en España en el siglo veinte, pero muchos opinan que pudo haber sucedido en cualquier otro país de los nuestros y, lamentablemente, que podría ocurrir hoy mismo.
Resulta que una tarde, y conste que no era día de fiesta, un ciudadano intentaba entrar en un edificio público cuando lo detuvo el portero.
—¿Adónde va, señor? — le preguntó.
—A las oficinas —respondió el ciudadano.
—No hay nadie —le informó el portero.
—¡Ah! ¿Por las tardes no trabajan?
Ante la innegable lógica de la pregunta de su conciudadano, el empleado de aquella dependencia del gobierno le explicó:
—No… Cuando no trabajan es por la mañana. Por la tarde es que no vienen.
En su Anecdotario de la España franquista el historiador español Fernando Díaz-Plaja explica que esta anécdota política nace de la fama burocrática, a la que define como «la irritación ante el público más la pasividad laboral».1 En otras palabras, la burocracia se manifiesta tanto en la mala atención al público como en la falta de atención al público. Y eso que se trata de dependientes del gobierno, que viven de lo que contribuimos entre todos para que ocupen esos puestos. ¡Así nos agradecen el favor!
Tal vez nos sirva de algún consuelo recordar que eso no es nada nuevo. Aun en los tiempos de Jesucristo había quienes se valían de cualquier excusa para dejar de trabajar.
En una ocasión Jesús se encontraba en Jerusalén, durante una fiesta de los judíos, cuando vio a un hombre inválido que llevaba enfermo treinta y ocho años. Al verlo Jesús en esa condición, tuvo compasión de él y lo sanó. Pero resulta que era sábado, el día en que los judíos no atendían al público.
Así que fueron y le reclamaron a Jesús el haber sanado a ese pobre inválido el día sábado. Para ellos, legalistas que eran, el milagro era lo de menos; ¡lo que importaba era que Jesús había atendido a alguien fuera del horario establecido para eso! Al acto de sanidad lo consideraban trabajo, y eso era insoportable. No concebían que Dios tuviera una lista de excepciones a sus reglas sagradas, ni siquiera la de hacerle bien al prójimo.
La respuesta de Jesús, que conocía a la perfección la tradición judía, fue la siguiente: «Mi Padre aun hoy está trabajando, y yo también trabajo.»2 Con esto no sólo daba a entender que era el Hijo de Dios, sino que en las dependencias del gobierno divino las oficinas siempre están abiertas al público. Tanto Él como el Padre celestial nos atienden las veinticuatro horas del día. Ya sea día de fiesta, o de reposo, o martes de mal agüero, o viernes 13, o día de tormenta con truenos y relámpagos, Dios nos atiende a cada uno como si fuéramos la persona más importante del mundo. De lo contrario, no habría dado su vida como rescate por nosotros.3
Ese mismo Cristo resucitó y está a la derecha del Padre trabajando aun hoy, intercediendo por nosotros, para que su muerte en nuestro lugar no haya sido en vano.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Fernando Díaz-Plaja, Anecdotario de la España franquista (Barcelona: Plaza & Janés, 1997), p. 253. |
2 | Jn 5:17 |
3 | 1Ti 2:6 |