«El rastreador»
Imagen por ¡arturii!
«El más conspicuo de todos [los caracteres argentinos originales], el más extraordinario, es el rastreador —afirma Domingo Faustino Sarmiento en su obra clásica titulada Facundo: Civilización y barbarie—…. El rastreador [de profesión] es un personaje grave… cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. La conciencia del saber que posee le da cierta dignidad reservada y misteriosa….
»Un robo se ha ejecutado durante la noche; no bien se nota, corren a buscar una pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que el viento no la disipe. Se llama en seguida al rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar sino de tarde en tarde el suelo, como si sus ojos vieran de relieve esta pisada, que para otro es imperceptible. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y, señalando [a] un hombre que encuentra, dice fríamente: “¡Este es!” El delito está probado, y raro es el delincuente que resiste a esta acusación. Para él, más que para el juez, la [declaración] del rastreador es la evidencia misma; negarla sería ridículo, absurdo. Se somete, pues, a este testigo, que considera como el dedo de Dios que lo señala.
»[En] 1830 un reo condenado a muerte se había escapado de la cárcel. Calíbar [—un experto rastreador a quien yo mismo he conocido—] fue encargado de buscarlo. El infeliz, previendo que sería rastreado, había tomado todas las precauciones…. Aprovechaba todos los accidentes del suelo para no dejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie; [se trepaba] en seguida a las murallas bajas, cruzaba un sitio y volvía para atrás.
»Calíbar lo seguía sin perder la pista; si le sucedía momentáneamente extraviarse, al hallarla de nuevo exclamaba: “¡Dónde te mi-as-dir!” Al fin llegó a una acequia de agua en los suburbios, cuya corriente había seguido aquél para burlar al rastreador…. ¡Inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar. Al fin se [detuvo, examinó] unas hierbas, y [dijo]: “¡Por aquí ha salido; no hay rastro, pero estas gotas de agua en los pastos lo indican!” [Entró] en una viña; Calíbar reconoció las tapias que la rodeaban, y dijo: “Adentro está.” … Al día siguiente [el prófugo] fue ejecutado.
»[Era tal el temor que le tenían a Calíbar que unos presos políticos, al planear fugarse, consiguieron] que estuviese enfermo cuatro días… y así [la fuga] pudo efectuarse sin inconveniente.
»¿Qué misterio es éste del rastreador? ¿Qué poder microscópico se desenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que Dios hizo a su imagen y semejanza!»1
Sarmiento tiene toda la razón. Al rastreador lo creó Dios dotándolo de una de sus cualidades divinas más impresionantes. Pues, como afirma el sabio Salomón: «Los ojos del SEÑOR están en todo lugar, vigilando a los buenos y a los malos.»2 Y como Dios nunca se enferma, más vale que le temamos, le pidamos perdón por nuestros pecados, y determinemos no sólo estar siempre de su parte sino también formar parte de su familia.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Domingo Faustino Sarmiento, Facundo (Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1977), pp. 43-45; Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Biblioteca Argentina de los mejores libros nacionales, Capítulo II: Originalidad y caracteres argentinos (Buenos Aires: Librería «La Facultad» de Juan Roldán y Compañía, 1921) <https://www.gutenberg.org/files/33267/33267-h/3326> En línea 30 septiembre 2022. |
2 | Pr 15:3 (NVI) |