«Un vaso de leche al pie de la vaca»
Imagen por c.e.fuchs
«Papá… tenía sus ribetes de médico —cuenta la escritora venezolana Teresa de la Parra en su novela clásica titulada Las memorias de Mamá Blanca—. Su afición a la medicina abundaba en preceptos de higiene: “Las niñitas — había decretado Papá — deben estar siempre al aire libre, no importa que se asoleen; bajo ningún pretexto deben ir nunca a Caracas, ni a cualquier otro lugar poblado, donde pueden coger el sarampión, la tosferina, la difteria o la lechina; deben bañarse en agua fría y corriente; que no las vistan demasiado; [y] deben levantarse lo más temprano posible, e ir cuanto antes a tomar un vaso de leche al pie de la vaca”.
»Estos preceptos eran admirables… [pero] el precepto del vaso de leche al pie de la vaca era sin duda [alguna] el más interesante de todos. No tanto por el gusto de la buena leche recién ordeñada, llena de espuma, en la cual, al empinar el vaso, no olvidábamos nunca encajar la nariz, aguantado la respiración y haciendo al terminar: “¡Ah!” con fruición y con un par de bigotes blancos, no, sino por el ambiente que ofrecía en general el corralón de las vacas a las seis de la mañana».1
Así como el padre de Teresa de la Parra estaba muy interesado en el bienestar físico de sus niñitas, por lo que les enseñaba antiguos preceptos de higiene que sin duda había aprendido de sus antepasados, Pedro, «apóstol de Jesucristo» el Hijo de Dios, estaba muy preocupado por el bienestar espiritual de sus hermanos y hermanas como hijos recién adoptados por Dios. En la Primera Carta que les escribió, la cual forma parte de las Sagradas Escrituras, San Pedro les prescribe que deben renunciar a toda malicia, hipocresía y envidia, como también a todo chisme y engaño; y que, como niños recién nacidos, deben nutrirse de la leche pura que hace que crezcan en su salud espiritual, habiendo probado lo bueno que es el Señor. Y por si eso fuera poco, les exhorta a estos hermanos recién incorporados a la familia de Dios que luchen contra los apetitos desordenados que procuran hacerles perder la salud espiritual, y que mantengan una conducta ejemplar ante sus detractores para que, por más que ellos los acusen de hacer el mal, no puedan menos que notar sus buenas obras y darle la gloria a Dios nuestro Padre.2
Lo cierto es que a todos también nos convendría mucho levantarnos lo más temprano posible y postrarnos cuanto antes a tomar un vaso de leche pura espiritual ante la presencia de Dios, o al menos dedicarle tiempo prioritario para hacerlo cada día. Ese vaso de leche nutritiva consta de la lectura de la Palabra de Dios por la que escuchamos su voz, como también de la oración de nuestra parte por la que sostenemos una significativa conversación con Él como nuestro amado y adorado Padre celestial. Cada vez, al terminar de tomarnos ese vaso, no podemos menos que exclamar: «¡Ah!»
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Teresa de la Parra, Las memorias de Mamá Blanca (Caracas: Monte Ávila Editores, 1985), pp. 131-32. |
2 | 1P 1:1; 2:1-3; 11-12 |