«¿Por qué todos se están muriendo?»
«¡No puedo comprender cuál es el propósito de Dios en todo esto!» Así se expresó Noemí Gullickson, de treinta y ocho años de edad, para quien el martes 11 de septiembre de 2001 fue un día trágico no sólo en un sentido cívico sino también en un sentido personal. Ese nefasto día pereció su querido esposo Joseph, con quien había estado casada ocho años y había tenido dos hijas, Amanda, de tres años, e Isabel, de un año.
El teniente Joseph Gullickson, bombero al servicio de Nueva York durante los últimos trece años, había quedado sepultado bajo los escombros de una de las Torres Gemelas. Aquel padre de familia sólo había cumplido con su deber. Había arriesgado y perdido la vida en el intento de salvar la vida de muchas personas.
Ese día quien consoló a Noemí fue su padre José Pérez, que tenía setenta y tres años, el doble de años de vida, treinta y siete, que tenía su yerno Joseph cuando falleció. Los brazos tiernos y fuertes de José Pérez habrían de consolar a Noemí, su hija viuda, hasta dos meses después, tanto en el velorio como en la misa que se celebró en honor del teniente Gullickson el viernes 9 y el sábado 10 de noviembre.
Pero el afecto paternal de José habría de esfumarse también apenas dos días después del sepelio de su yerno. Ese lunes, 12 de noviembre, José pereció en el fatídico vuelo de American Airlines, en el avión que se estrelló en un barrio residencial de Nueva York, y donde murieron otros 174 dominicanos compatriotas suyos, entre los 265 que murieron en total. Junto con el avión, se desplomaron sus planes de pasar una semana en Santo Domingo, y recuperarse así del trauma emocional del ataque terrorista del 11 de septiembre.
«¡No puedo creer que se hayan ido los dos hombres a quienes más amaba en el mundo! —le dijo Noemí al reportero de un diario neoyorquino—. Cada día en que esperaba que Joseph fuera encontrado bajo los escombros y regresara a casa, mi padre estaba a mi lado. Ahora él también se ha ido…. Hace dos meses, le dije a mi hija que su papá estaba en el cielo. El lunes le tuve que decir que el abuelo está en el cielo, junto con su papá. Ella me miró y me preguntó: “¿Por qué todos se están muriendo?”»
Así como a Noemí Gullickson y a su pequeña hija, también a Job, el patriarca bíblico, le resultó casi imposible comprender por qué era objeto de semejante pena, habiendo perdido de un solo golpe a sus siete hijos y a sus tres hijas.1 Tal vez Dios, a la postre, compense a aquella madre viuda como compensó a su siervo Job, dándole una doble bendición a cambio de su doble pena. De ser así, algún día ella, al igual que Job, pudiera dar testimonio de haber recibido ayuda, aliento y consuelo no sólo de sus parientes cercanos sino también de todos sus conocidos.2
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Job 1:1‑2,18‑19; 3:20 |
2 | Job 42:10‑11 |