LA LUZ SE APAGO
La luz se apagó
Por eso el derecho está lejos de nosotros, y la justicia queda fuera de nuestro alcance. Esperábamos luz, pero todo es tinieblas; claridad, pero andamos en densa oscuridad. Vamos palpando la pared como los ciegos, andamos a tientas como los que no tienen ojos. En pleno mediodía tropezamos como si fuera de noche; teniendo fuerzas, estamos como muertos (Isaías 59: 9, 10).
AÚN HOY, EL CANDELABRO ES UN SÍMBOLO de Israel como nación. Esta idea de ser la luz del mundo, los judíos la tomaron muy a pecho, pues cuando los turistas visitan Israel, ven candelabros en diferentes lugares del país. A lo largo de los siglos llegó a ser un símbolo frecuente en el arte judío grabado en sarcófagos, lápidas, dinteles de puertas, y, muy especialmente, en las sinagogas.
Sin embargo, escoger algo como nuestro símbolo, no necesariamente nos convierte a la idea que el símbolo conlleva, a menos que ejerzamos la voluntad de hacerlo. Esto le faltó a Israel. Como nación fracasó en ser la luz que Dios quería que fuese.
Lo que le pasó posteriormente al candelabro literal fue una representación de lo que sucedió a Israel como nación. Durante el reinado de David y Salomón, parecía que iba a cumplirse el ideal de Dios de que su pueblo fuese una nación próspera que llevase el conocimiento divino al mundo entero. Cuando Salomón construyó el templo, reemplazó el único candelabro del santuario del desierto por diez: cinco de cada lado del santuario (1 Rey. 7: 49; 2 Crón. 4:7). Durante su reinado, el ideal de Dios para Israel empezó a cumplirse, pero duró muy poco. Salomón apostató y se extinguió su lámpara. La idolatría apagó el candelabro de Israel. El reino se dividió, y cayó en poder de naciones extranjeras.
El candelabro desapareció
Pues bien, la casa de ustedes va a quedar abandonada (Mateo 23: 38).
EL IDEAL DE DIOS para Israel de que fuese una luz en el mundo no se cumplió plenamente. A causa de la idolatría de Salomón y de los reyes posteriores, su candelero se apagó. Los asirios destruyeron el reino del norte, y los babilonios el reino del sur. Nabucodonosor se llevó los candelabros a Babilonia (Jer. 52: 19); representación triste y dramática de lo que le pasó a Israel como nación.
Cuando Dios trajo del exilio babilónico a su pueblo y edificaron de nuevo el templo de Jerusalén, este santuario tenía un solo candelabro, como el del tabernáculo del desierto. No se sabe si lo trajeron de Babilonia o lo hicieron de nuevo. Pero al regreso, los ideales de reconstruir la nación para que fuese luz de las gentes, como Dios quería, pronto se eclipsó de nuevo. Los seléucidas invadieron el país, y su rey Antíoco IV Epífanes se llevó el candelabro a su tierra, después de profanar el templo (1 Macabeos 1: 20, 21; versión católica). Pocos años después, los servicios del templo fueron restablecidos, y Judas Macabeo mandó hacer otro candelabro (1 Macabeos 4: 49). Cuando Heredes el Grande remodeló el templo de Jerusalén, lo reemplazó por uno mucho más grande.
Pero los dirigentes del pueblo rechazaron a Jesús como el Mesías, y con ello la oportunidad de cumplir el ideal de Dios para la nación judía. Cuando en cumplimiento de la profecía de Jesús, los romanos destruyeron Jerusalén y el templo en el 70 D.C, se apoderaron del candelabro y se lo llevaron a Roma, donde lo exhibieron en la procesión triunfal de Tito, junto con miles de judíos prisioneros, como lo muestra el relieve del Arco del Triunfo que aún existe en la ciudad. El candelabro permaneció en Roma hasta que los vándalos lo transportaron a Cartago en 455 D.C. El general romano Belisario lo rescató y lo llevó a Constantinopla en 534 D.C. Más tarde, fue restituido a Jerusalén por el emperador Justiniano. Después, probablemente, fue llevado al oriente por los persas cuando saquearon Jerusalén (614 D.C). Desde entonces no se supo nada más de él.
Que Dios te bendiga,
Octubre, 20 2010