Armas, fuego y carne asada
Andaba de cacería, armado de arco y flechas, cuando se encontró con una sombra. Intentó atraparla de uno y otro modo, pero fracasó. Por fin alzó los ojos, y vio que el dueño de la sombra era un muchacho que estaba tendido en lo alto de una peña.
El joven se llamaba Botoque y pertenecía a la tribu kayapó. Estaba casi muerto de hambre. Con las pocas fuerzas que le quedaban, no logró más que balbucear unas palabras. El extraño bajó el arco y lo invitó a su casa a comer carne asada. El muchacho no sabía cómo era la carne «asada», pero aceptó la invitación y se dejó caer sobre el lomo del hospitalario cazador.
—Esa criatura que traes no es hijo tuyo —le reprochó su mujer cuando llegó a casa.
—Pues ahora sí lo es —replicó el cazador.
Ese día Botoque descubrió el fuego. Por primera vez vio un horno de piedra y disfrutó del sabor de la carne asada de tapir y de venado. Observó que el fuego ilumina y calienta. Y por si eso fuera poco, su anfitrión le proveyó de arco y flechas y le enseñó no sólo a cazar sino a defenderse.
Todo eso Botoque se lo agradeció matándole a la mujer, la pobre ama de casa que no había hecho más que brindarle el calor de su hogar. Acto seguido, el ingrato huésped salió corriendo y no se detuvo hasta llegar a su pueblo.
Allí de regreso el joven asesino les contó a los suyos lo sucedido y les mostró lo que hasta ese momento tampoco ellos habían visto: el arma nueva y la carne asada. Entonces los kayapó tramaron cómo apoderarse del fuego y de las armas del desdichado cazador, y Botoque los condujo a la remota vivienda donde llevaron a cabo el desalmado plan.
¡Con razón que desde entonces aquel cazador, el temible jaguar, odia a los hombres! Del fuego no le quedó más que la memoria y el reflejo que brilla de noche en sus pupilas. Y ahora sale solo de cacería, sólo con sus colmillos y sus garras, y regresa para comerse crudas sus presas.1 De ahí que este relato encaje perfectamente en el primer tomo de la serie Mitológicas, al que el escritor Claude Lévi-Strauss le puso por título «Lo crudo y lo cocido».2
Afortunadamente muchos de nosotros no sabemos lo que es sufrir el despojo de lo que más preciamos. Pero hay otros que viven con la memoria y el cuerpo marcados por el perverso robo a temprana edad de su virginal inocencia. Así como aquel mitológico jaguar, son víctimas de violación por personas en las cuales tenían amplia razón para confiar. A todos nos urge comprender que en tales circunstancias podemos acudir a Cristo, el Bálsamo divino. Sólo Él tiene poder sobrenatural para curar nuestro corazón herido y nuestro espíritu maltratado, reavivar el fuego de nuestro amor propio y armarnos de valor para volver a confiar.3
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Eduardo Galeano, Memoria del fuego I: Los nacimientos (Madrid: Siglo XXI Editores, 18a ed., 1991), pp. 24-25. |
2 | Galeano, p. 325. |
3 | Heb 4:4‑16; 13:1-6; Jn 7:28; Lc 6:27‑28 |