Campeón desde el vientre de su madre

Flor Marina Gómez tenía veintidós años y trabajaba en una empresa agrícola en Zipaquirá, Colombia. A lo largo de nueve meses de embarazo, no dejó de seleccionar los mejores claveles para la exportación. En la enfermería de la empresa misma determinaron que la hora había llegado, así que la trasladaron de inmediato al hospital del municipio.

Lamentablemente, el centro de salud estaba en huelga, de modo que ese día sólo estaban atendiendo urgencias. Luego de hacerle un tacto nada más, le dijeron que contaba con suficiente tiempo para ser atendida en Bogotá.

Como no hubo ambulancia, le tocó pagar el alto precio de un taxi para que la llevara junto con su esposo hasta la clínica San Pedro Claver. Allí un celador accedió por fin a que entrara por urgencias, donde la colocaron en una camilla en medio de un corredor lleno de pacientes. Cuando le dieron un medicamento para inducir el parto, la dosis resultó tan alta que le produjo taquicardia. Otra parturienta, al ver que la pobre estaba sudando profusamente y sangrando, gritó para llamar la atención.

«Ahí sí me llevaron a la sala de partos», contó Flor Marina posteriormente. Tan pronto como dio a luz, fue a examinar de arriba a abajo al recién nacido, contando los dedos y memorizando cada parte de su cuerpecito. «Había muchas mamás y me dio miedo que me lo cambiaran», explicó.

Unas horas más tarde despertó en cuidados intensivos y se angustió al no ver a su bebé. Al preguntar, le respondieron que estaba en una sala cuna y que tendría que esperar para verlo. No obstante, a duras penas ella se puso de pie y caminó por el pasillo hasta llegar a una sala llena de bebitos. ¡Pero no vio ahí al suyo!

No fue sino hasta once horas después del parto que volvió a ver a su recién nacido. Cuando lo tuvo entre los brazos, lo examinó de nuevo, buscando una mancha en la cadera que había notado apenas nació. Pero no bien había terminado la inspección, le pidieron que abandonara la clínica porque el lugar estaba muy lleno. Así que salió junto con su esposo para tomar otro taxi de regreso a Zipaquirá.

«No trabajé durante seis meses para poder cuidarlo», declaró Flor Marina.

La primera vez que el niño montó en bicicleta fue a los cinco años. La primera carrera en que se destacó fue a los nueve, en el Instituto de Recreación y Deporte de Zipaquirá. Un amigo de la familia prestó el dinero para pagar la inscripción. La ganó sobradamente, por lo que recibió un trofeo, un uniforme y una beca para entrenar.

Ese día se convenció de que quería ser ciclista. Pero nadie pudo haberse imaginado que aquel retoño llegaría a ser un insuperable clavel ciclístico para la exportación: ¡el primer colombiano e hispanoamericano en ganar un Tour de Francia! … a no ser que reconociera que, desde el vientre de su madre, Egan Bernal Gómez estaba dotado para vencer todo obstáculo que le saliera al paso.1

Gracias a Dios, así como el salmista David, que tuvo que superar grandes obstáculos para llegar a ser rey de Israel, también Egan Bernal, al ser coronado campeón del Tour de Francia, bien pudo haberle dicho a su Creador:

Tú me sacaste del vientre materno;
           me hiciste reposar confiado
           en el regazo de mi madre.
Fui puesto a tu cuidado
           desde antes de nacer;
desde el vientre de mi madre
           mi Dios eres tú.2

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Camilo Amaya, «Egan Bernal, un campeón desde antes de nacer», Diario El Espectador, 28 julio 2020 <https://www.elespectador.com/deportes/ciclismo/ egan-bernal-un-campeon-desde-antes-de-nacer> En línea 24 noviembre 2021.
2Sal 22:9-10 (NVI)

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