El jardín de Darwin» (1a. Parte)

(21 de marzo: Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial)

Ota Benga nació en 1881 en África Central. Un día en que había tenido éxito como cazador de elefantes regresó y encontró su hogar asolado y los cuerpos mutilados de su esposa, sus hijos y sus amigos. Todos habían sido víctimas de una campaña de terror montada por los matones del gobierno belga en contra de los presuntos «nativos evolutivamente inferiores». Más tarde capturaron a Ota, lo llevaron a una aldea y lo vendieron como esclavo.

En 1904 el reconocido explorador africano Samuel Verner, quien lo había comprado en una subasta de esclavos, se lo llevó consigo a los Estados Unidos de América. Ota no medía más que metro y medio y pesaba apenas cuarenta y siete kilos, así que solían llamarlo «el niño» a pesar de que era un hijo y había sido esposo y padre de familia. La primera vez que lo exhibieron como un «salvaje emblemático» fue en el pabellón de antropología de la Feria Mundial de San Luis en 1904. Junto con otros pigmeos, los científicos lo estudiaron a fin de saber cómo las presuntas «razas bárbaras» se comparaban en pruebas de inteligencia con personas intelectualmente defectuosas de la raza caucasiana y cómo respondían a estímulos tales como el dolor. Los pigmeos eran seres infrahumanos inferiores, según el punto de vista de los seguidores de Carlos Darwin, así que consideraron «rigurosamente científica» aquella exhibición como demostración de las etapas de la evolución humana.

En 1906 Verner presentó a Ota al doctor Hornaday, director de los jardines zoológicos del Bronx en Nueva York. Esta vez, debido a que el director era un devoto creyente en la teoría de Darwin, Ota tuvo que compartir una jaula con los monos. De ahí que el diario Times de Nueva York informara que el doctor Hornaday «al parecer no consideraba que hubiera diferencia alguna entre una bestia salvaje y aquel hombrecito negro, así que por primera vez un zoológico de los Estados Unidos exhibía en una jaula a un ser humano».1

Posteriormente, el diario Times publicó lo que, a nombre de un grupo de ministros negros, dijo el reverendo Gordon en defensa de Ota: «Nuestra raza ya está bastante deprimida como para que se nos exhiba como monos». Pero dos días después el diario publicó a modo de réplica: «Al reverendo hermano de color debiera explicársele que la evolución ahora se enseña en los libros de texto de todas las escuelas, y que eso es tan irrefutable como lo son las tablas de multiplicar.»2

Si bien la evolución darwiniana se ha empleado con frecuencia para justificar el genocidio y el racismo, la Palabra de Dios condena rotundamente el abuso de los demás, y contiene preceptos que condenan también la discriminación por idioma, cultura, género y color de la piel. La Biblia enseña que Dios nos ha creado a todos a su imagen y que Él nos ama a todos por igual, al extremo de haber enviado al mundo a su Hijo Jesucristo para salvarnos. Pero conste que también enseña que Cristo vendrá otra vez para juzgarnos por nuestros pecados, siendo uno de los más detestables el pecado del racismo.3

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Ken Ham, «Darwin’s Garden» [El jardín de Darwin], 11 diciembre 2008 <https://answersingenesis.org/charles-darwin/racism/darwins-garden> En línea 22 septiembre 2020 (Capítulo 1 del libro One Race, One Blood: The Biblical Answer to Racism [Una sola raza, una sola sangre: La respuesta bíblica al racismo] por Ken Ham y A. Charles Ware (Green Forest, Arkansas, E.U.A.: Master Books, Revisado y actualizado junio 2019).
2Ibíd.
3Gn 1:26-27; 5:1; 9:6; Mt 7:21-23; 25:31-46; Jn 5:22,27; 12:47-48; Hch 10:42; 17:31; Ro 2:16; 14:10; 2Co 5:10; Gá 6:7; Stg 5:9; Ap 19:11; 20:11-15

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