EL NOMBRE Y LA ADORACION

El nombre y la adoración

Si no te empeñas en practicar todas las palabras de esta ley, que están escritas en este libro, ni temes al Señor tu Dios, ¡nombre glorioso e imponente! (Deuteronomio 28: 58).

EN LA BIBLIA, EL NOMBRE ES UNA ALUSIÓN a la persona, a su carácter. Cuando se trata de Dios, es una referencia a la persona o carácter de Dios. Notemos estas palabras: «Y al lugar donde el Señor su Dios decida habitar llevarán todo lo que les he ordenado» (Deut. 12: 11; 14: 23; 16: 2). La expresión «para poner en él su nombre» significa «donde el Señor su Dios decida habitar». Claramente se indica que la palabra nombre se refiere a su persona.
En la Nueva Versión Internacional, la palabra Señor ocupa el lugar de Yahweh o Jehová, que es el nombre de Dios como se lo reveló a Moisés. Yahweh es el nombre del Dios del pacto con Israel. Debía ser tratado con el respeto debido. Dios es amor y misericordia, pero también es santo y justo, su carácter es glorioso e imponente.
El tercer mandamiento tiene que ver con nuestra manera de adorarle. Nos dice que nuestra adoración debe ser hecha con seriedad y reverencia. Cualquier alusión a la persona de Dios, sea que se mencione su nombre o no, debe ser con sumo respeto y reverencia. Reflexionemos en esto: «También se debería mostrar reverencia hacia el nombre de Dios. Nunca se debería pronunciar ese nombre con ligereza o indiferencia. Hasta en la oración se debería evitar su repetición frecuente o innecesaria. “Santo y temible es su nombre” (Salmo 111: 9). Los ángeles, al pronunciarlo, cubren sus rostros. ¡Con cuánta reverencia deberíamos pronunciarlo nosotros que somos caídos y pecadores!» (La educación, p. 238).
En algunas culturas hispanas se usa el pronombre “usted” para orar o referirse a Dios. Esta es una manera reverente de aludir al Señor. Si en estas culturas no se tutea a los padres, menos entonces al Padre que está por encima de todos, nuestro Padre Celestial.

El nombre y la fidelidad

Cuando Dios hizo su promesa a Abraham, como no tenía a nadie superior por quien jurar, juró por sí mismo. (Hebreos 6: 13).

ESTE MANDAMIENTO TAMBIÉN PROHIBÍA jurar en falso. En la antigüedad, el juramento involucraba poner al Señor como testigo de lo que se afirmaba. Notemos: «Teme al Señor tu Dios y sírvele. Aférrate a él y jura solo por su nombre» (Deut. 10: 20). No decir la verdad era tomar el nombre de Dios en vano. Lo mismo si se hacía un voto sin tener la intención de cumplirlo: «No juren en mi nombre solo por jurar, ni profanen el nombre de su Dios. Yo soy el Señor» (Lev. 19: 12).
También se violaba este mandamiento si se usaba el nombre del Señor de una manera frívola o descuidada. Hoy se nos amonesta: «Deshonramos a Dios cuando mencionamos su nombre en la conversación ordinaria, cuando apelamos a él por asuntos triviales, cuando repetimos su nombre con frecuencia y sin reflexión. “Santo y terrible es su nombre” (Sal. 111:9). Todos debieran meditar en su majestad, su pureza y su santidad, para que el corazón comprenda su exaltado carácter; y su santo nombre se pronuncie con respeto y solemnidad» (Patriarcas y profetas, p. 314). Inclusive cuando oramos a Dios, debiéramos tener cuidado con la forma como nos referimos a él: «Mientras oran, muchos emplean expresiones irreverentes y descuidadas que agravian al tierno Espíritu del Señor y motivan que sus peticiones no lleguen al cielo» (Primeros escritos, p. 70). El uso frecuente de interjecciones descuidadas, y sin pensar lo que se dice, como: «¡Dios mío!» «¡Santo Dios!», etcétera, revelan poca reverencia por la persona de Dios.
Este mandamiento también prohibía usar el nombre de Dios en forma mágica o para fines de encantamientos. Era costumbre entre los antiguos pueblos paganos invocar el nombre de sus dioses para esos fines. Aun entre los judíos, algunos usaban el nombre Yahweh, o algún modo apocopado de este, como fórmulas mágicas para expulsar demonios o sanar a personas poseídas. Se pensaba que se podía manipular a Dios. Eso era una ofensa para su nombre.

Que Dios te bendiga,

Junio, 08 2010

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