«Un cielo alegre»
Imagen por Dziunka (an amatour photographer)
«Conocí a Mamá Blanca mucho tiempo antes de su muerte, cuando ella no tenía aún setenta años ni yo doce —cuenta la destinataria de Las memorias de Mamá Blanca en la introducción de esta novela de la escritora venezolana Teresa de la Parra—…. Bajo el menor pretexto [yo] salía de mi casa, volteaba a todo correr la esquina, penetraba en el zaguán amigo y comenzaba a gritar alegremente como quien participa una estupenda noticia:
»—¡Aquí estoy yo, Mamá Blanca, Mamá Blanquita, que estoy yo aquí!
»Nadie comprendía que a mi edad se pudiesen pasar tan largos ratos en compañía de una señora que bien podía ser mi bisabuela…. [Es que] Mamá Blanca poseía el don precioso de… [conducirme] fácilmente por amenas peregrinaciones sentimentales [y] me divertía….
»Con sus pobres dedos temblorosos y sin mayor escuela, tocaba el piano con intuición maravillosa. A los pocos días de habernos hecho amigas, emprendió el largo [y] cotidiano obsequio de darme lecciones, sentadas las dos todas las tardes ante su viejo piano….
»Llena de fe cristiana, trataba a Dios con una familiaridad digna de aquellos artífices de los primeros siglos de la Iglesia… [sólo que, a diferencia de ellos,] el Dios de Mamá Blanca no se indignaba nunca ni era capaz del menor acto de violencia…. Presidía sin majestad un cielo alegre, lleno de flores en el cual todo el mundo lograba pasar adelante [aunque] poco… le [argumentaran] o le [llamaran] la atención haciéndole señas cariñosas desde la puerta de entrada….
»Una mañana de abril, muy temprano, como quien se marcha a una excursión campestre… sin dolor ni quejas, Mamá Blanca se fue dulcemente camino de aquel cielo que durante la vida había tenido el buen cuidado de arreglar a su gusto: ¡tan propicio a la íntima alegría! Ya dormida, sus labios entreabiertos por una inmóvil sonrisa cantaban a lo lejos en el coro de los Bienaventurados. Cuando el ataúd, ligero y florido como su espíritu, pasó… por la puerta del zaguán,… pareció exclamar desde la altura dirigiéndose a todos los de adentro: «¡Adiós, hasta después, y dispensen la molestia!»1
Con esa elocuente descripción, Teresa de la Parra nos transporta al sitio y al momento mismo de la despedida de este mundo de Mamá Blanca. Y nos da a entender que cuando la piadosa mujer llegara a la puerta de entrada al cielo, Dios le diría que pasara adelante, como a una hija amada a quien había estado esperando.
Es que Mamá Blanca tenía razón al pensar que Dios es bondadoso y compasivo, lento para enojarse,2 y que desea darnos a todos la bienvenida al cielo, para que cantemos alegremente en ese «coro de los Bienaventurados». ¿Acaso no enseñó su Hijo Jesucristo que el cielo rebosa de alegría por una sola persona que se vuelve a Dios? Cuando eso ocurre, los ángeles hacen fiesta3 porque saben que sólo así podrá Dios darle entrada al cielo que le tiene preparado. Allá «hay lugar para todos» —afirmó Jesús—; pero Él es el único camino que conduce a ese destino.4 De modo que es necesario volverse a Dios y seguir a Cristo su Hijo para poder llegar y pasar adelante.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Teresa de la Parra, Las memorias de Mamá Blanca (Caracas: Monte Ávila Editores, 1985), pp. 4-12. |
2 | Sal 86:15 |
3 | Lc 15:7,10 (TLA) |
4 | Jn 14:2-6 (TLA) |