¿Justicia o misericordia?

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Imagen por Christian R. Hamacher

Cuando Julius y Ethel Rosenberg se casaron en 1939, los dos ya eran miembros activos del Partido Comunista de los Estados Unidos de América. Pero a nadie se le hubiera ocurrido pensar que llegarían a ser los primeros civiles de su país condenados a muerte por espionaje y los primeros en ser sancionados por ese delito en tiempos de paz. La Segunda Guerra Mundial, que estalló el mismo año en que se casaron, ya había dado paso a la Guerra Fría cuando fueron arrestados y acusados de ser espías de la Unión Soviética en 1950.

El proceso judicial contra los esposos Rosenberg comenzó el 6 de marzo de 1951. Causó gran sensación en todo el mundo, pues se les acusó de divulgar secretos hasta sobre armas nucleares. En el mes de abril, luego de ser hallados culpables, el juez Irving Kaufman les impuso a ambos la pena capital.

Durante los siguientes dos años el fallo fue apelado ante los altos tribunales y también fue analizado ampliamente por el tribunal de la opinión pública internacional. Uno de los factores en tela de juicio era la presunta imparcialidad de aquel juez, que al dictar sentencia había emitido el juicio de que los Rosenberg eran culpables de un delito «peor que el homicidio». La Corte Suprema de Justicia atendió siete recursos de apelación, pero fueron denegados los siete. Y por si eso fuera poco, tanto el presidente Harry Truman en 1952 como el presidente Dwight Eisenhower en 1953 denegaron las peticiones de clemencia presidencial. Ante el fracaso de una campaña a nivel mundial que pedía misericordia en su favor, los esposos Rosenberg fueron ejecutados en la Prisión Sing Sing de Nueva York el 19 de junio de 1953.

Al final del gran pleito jurídico, cuando ya se había dado el fallo de culpable, el abogado defensor, como último recurso, suplicó: «¡Su Señoría, lo único que mis clientes piden es justicia!» A lo que el juez Kaufman repuso: «Eso es precisamente lo que este tribunal ha impartido, justicia. Lo que realmente quieren es misericordia, y este tribunal no está facultado para conceder misericordia. Eso le corresponde al presidente.»

Así como a los espías Rosenberg, también a cada uno de nosotros se nos ha hallado culpable de un delito que lleva la condena de muerte. Ese delito es el pecado. Pero Dios, el presidente sobre todos los presidentes del mundo, consciente de que lo que necesitamos es misericordia y no justicia, envió a su Hijo Jesucristo al mundo para que muriera en nuestro lugar. Ahora, en base a esa expiación de nuestro pecado, Él nos ofrece su perdón divino y, en vez de una condena de muerte, la vida eterna. Así que no tenemos que esperar, como los Rosenberg, a que se nos dicte sentencia. Podemos, más bien, anticiparnos al día del Juicio Final, pidiéndole a Dios perdón hoy mismo y recibiendo así su misericordia divina.

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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