La infamia de Salsipuedes: traición y masacre
Imagen por franzisko hauser
(11 de abril: Día de la Nación Charrúa y de la Identidad Indígena)
Era el 11 de abril de 1831. Aquel aciago lunes el general Fructuoso Rivera, primer presidente de la República Oriental del Uruguay, aprovechó la larga relación de camaradería y amistad que había cultivado con la nación charrúa durante las luchas revolucionarias para reunirse con sus caciques. «Don Frutos», como se referían los caciques charrúas a su viejo amigo, los había convocado a fin de que se incorporaran a una nueva campaña militar que él presuntamente dirigiría contra el sur de Brasil para recuperar ganado y luego repartirlo entre los que participaran en la expedición.
Rivera sabía —pues conocía muy bien sus costumbres— que los caciques llegarían no sólo con sus guerreros sino también con sus mujeres y sus niños. Pero el general Rivera era además un gran conocedor de la zona. Domingo Faustino Sarmiento, en el Facundo, lo describe como un «baquiano que conoce cada árbol que hay en toda la extensión de la República del Uruguay».1 Así que Rivera, con gran astucia, escogió para la cita las riberas del arroyo Salsipuedes, un lugar llano sin escondite natural alguno para guarecerse, donde recibió a los charrúas y les sirvió abundante comida y bebida.
Luego del agasajo, Rivera le pidió al cacique Venado que le prestara su cuchillo para picar su tabaco, pero cuando el cacique se lo tendió amistosamente, el general fingió sorpresa, se echó atrás, desenfundó su revólver y le disparó. Entonces el resto de sus tropas, unos mil doscientos hombres que estaban aguardando esa señal, comenzaron a atacar inesperadamente a los poco más de cuatrocientos indígenas charrúas —hombres, mujeres y niños—, por lo que otro de los caciques charrúas llamado Vaimaca Pirú increpó a su viejo conocido con estas palabras famosas: «Mirá, don Frutos… ¡tus soldados matando amigos!»
En el comunicado oficial que envió al presidente del Senado al día siguiente de la masacre, el presidente Rivera dijo, en tantas palabras, que para controlar «a las indómitas tribus charrúas» juzgó necesario «sujetarlas por la fuerza», atacándolas y destruyéndolas, «quedando en el campo más de cuarenta cadáveres enemigos». Lo cierto es que, entre los muertos en la emboscada, los que lograron escapar y fueron asesinados en los meses que siguieron, y los que murieron como prisioneros durante una marcha de más de cuatrocientos kilómetros a pie hasta Montevideo, más de la mitad de la nación charrúa fue aniquilada como resultado de aquella operación militar en Salsipuedes.
Esa infamia debiera motivarnos a estar más agradecidos que nunca de que Dios no resolvió ponerle punto final al «problema humano» —el pecado— como lo hizo Rivera con lo que él consideraba el «problema charrúa».2 Para quitar el pecado del mundo, Dios resolvió más bien que su Hijo Jesucristo fuera sacrificado como un inocente Cordero, muriendo en nuestro lugar para pagar el castigo de ese pecado porque, tal como dijo Cristo mismo: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos».3 Correspondamos a ese amor reconociéndolo no sólo como nuestro gran amigo sino también como nuestro Salvador y Señor.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Javier Sanz, «Una traición, una masacre y una infamia» en Caballos de Troya de la historia: Engaños e ingenio de todos los tiempos que vencieron en la paz y en la guerra (Madrid: La Esfera de los Libros, 2014), pp. 61-62; y «Salsipuedes, una traición y una masacre» <https://historiasdelahistoria.com/2013/04/01/salsipuedes-una-traicion-y-una-masacre> En línea 7 noviembre 2021; Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, o, civilización y barbarie, 7a. ed. (Buenos Aires: Editorial Sopena, 1958), p. 37. |
2 | Sanz |
3 | Jn 1:29; 15:13 |