LA SANTIFICACION

La santificación

Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación (2 Corintios 7: 1).

LA SANTIFICACIÓN, es un asunto que necesita ser tratado junto con el tema de la justificación. La vida cristiana es más que la declaración de justicia, es cuando Dios hace justo a alguien. Incluye también lo que llamamos santificación. San Pablo dice: «Pero gracias a él ustedes están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría —es decir, nuestra justificación, santificación y redención— para que, como está escrito: “Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor”» (1 Cor. 1: 30. 31). Es el deseo de Dios que sus hijos desarrollen la santidad personal, pues deben «ser renovados en la actitud de su mente, y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad» (Efe. 4: 23. 24). Era claro para el apóstol que «Dios no nos llamó a la impureza sino a la santidad» (1 Tes. 4: 7). La santidad es necesaria para estar delante del Señor: « Busquen la paz con todos, y La santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Heb. 12: 14).
Desde el punto de vista bíblico, la santificación es un corolario de la justificación. Es Pablo el que lo define así: «Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna» (Rom. 6: 22). Haber sido justificados, declarados libres del poder del pecado en la vida, estar en armonía y en paz con Dios, nos permite tener una plataforma sobre la cual iniciar una vida de crecimiento espiritual. Esta vida de crecimiento espiritual es lo que llamamos el proceso de la santificación, porque a diferencia de la justificación, que es la obra de un instante, la santificación dura toda la vida.

Justicia impartida

Busquen al Señor, todos los humildes de la tierra […]. Busquen la justicia, busquen la humildad; tal vez encontrarán refugio en el día del Señor (Sofonías 2: 3)

LA SANTIFICACIÓN, fruto de la justificación, es un proceso que dura toda la vida. A la justificación comúnmente se la llama la “justicia imputada”, mientras que a la santificación se le da el nombre de “justicia impartida”. Elena G. de White lo dijo de esta manera: «La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida. La primera es nuestro derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el cielo» (Mensajes para los jóvenes, p. 32).
Lo de imputada se refiere al hecho de que es una declaración de justicia que se acredita al pecador, y por lo tanto es instantánea. Lo de impartida alude a la idea de proceso, de desarrollo, y por lo tanto es algo que dura y se extiende. A la primera se la define como nuestro derecho al cielo. Ese derecho lo ganó Jesús al morir por nosotros. Es nuestro boleto de entrada al reino de Dios. Sin embargo, no es algo que compramos, sino que se nos da gratuitamente.
A la segunda se la define como nuestra idoneidad para el cielo. Esta es la que requiere un poco más de consideración, pues tiene la posibilidad de ser entendida erróneamente. Si es nuestra idoneidad para el cielo, puede ser que alguien piense que no podrá ir al cielo a menos que sea completamente idóneo. Pero no es así, ya que la santificación se define como proceso y desarrollo, lo cual hace que la idoneidad para entrar al cielo también esté en proceso.
Cuanto más vivamos en este mundo, experimentemos la justificación y si permanecemos en Cristo, más avanzados estaremos en el proceso de la santificación. Este avance dura toda la vida en esta tierra, porque la lucha con la carne y el mundo es incesante. Hay que recordar que en Cristo somos completamente idóneos para estar delante de Dios.

Que Dios te bendiga, oramos por ti!

Mayo, 10 2010

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