«La vieja de la maleta»
Imagen por James Marvin Phelps
«[Una tarde de julio, un soldado… estaba] sentado en el brocal de una fuente que llaman Pilar de Don Pedro… a un paso de la puerta trasera de la Capitanía General [de Granada, España]…. [En eso]… cruzó la plazuela… una pobre vieja acartonada y encorvada, [arrastrando] una descomunal maleta de cartón… hacia la parte alta de la plaza, que… no es horizontal sino en pendiente.
»Al pasar por delante del soldado… la vieja… dejó de arrastrar la maleta y se sentó en ella… frente por frente de la puerta de la Capitanía, desde [donde] la contemplaba el capitán Trompetas…. Viendo al recluta… [el capitán] le gritó…:
»—¡Soldado! … ¿Está usted… libre de servicio y no está ya ayudando a esa venerable anciana? ¿No tiene usted madre? ¿No tiene usted abuela? … ¿Y no sabe que el vestir este honroso uniforme nos obliga a servir a nuestros mayores? Ahora mismo va usted a [tomar] esa maleta y a acompañar a esa dama hasta donde ella disponga….
»El soldado[, que se había puesto en posición de Firmes, agarró]… la maleta…. Parecía de plomo y no de cartón…. ¿Qué es lo que llevaría aquella bruja?
»—¡Cuidado, mi alma! —exclamó la vieja…. Y… no te apures… que vivo ahí cerquita y es una obra de caridad lo que estás haciendo, que no quedará sin recompensa….
»Aquello no era una calle; era una cuesta infernal…. Un tropezón, y la maleta cayó al suelo…. [No pudo volver a] ponérsela al hombro… sino irla arrastrando colgada de una mano, luego de la otra, y así sucesivamente mientras seguían subiendo y la calle se empinaba más y más…. Y lo peor era que media docena de perros… habían acudido… olisqueando la maleta y metiéndose a cada paso entre las piernas del soldado….
»[Después de un breve descanso,] siguió su Calvario… [sólo que ahora los seguían] dos docenas de perros. [El] sol… había al parecer derretido algo del contenido de la maleta, porque comenzó a transpirar unas gotitas que los canes olisqueaban y hasta lamían con [gusto]….
»El soldado se maliciaba que la bruja llevaría chorizos sin permiso sanitario, de esos que hacen con burros y mulos muertos….
»—… ¡Morcilla os he de echar! —[les] prometió la vieja [a los perros], confirmando las sospechas [del soldado]….
[Cuando llegaron finalmente a su casa, ella le dijo al soldado:]
»—Anda, deja eso aquí—…. y añadió: —Toma, ahí tienes tu recompensa. Son del tiempo de los moros, y ahí abajo… cualquier anticuario te dará lo menos [quinientas pesetas] por cada una….
»Entusiasmado… el soldado… bajó a toda velocidad [con las trece moneditas doradas]…. El primer mercader… miró aquellas sucias monedas con asombro [y dijo:]
»—¿Para qué me traes esto a mí? Míralas, [no son sino pesetas que no tienen ningún valor]…»1
¡Qué decepción la del pobre soldado en este cuento del escritor español Julián Gállego en su obra titulada Nuevos cuentos de la Alhambra! Gracias a Dios, el siguiente consejo del apóstol Pablo viene como anillo al dedo para los que alguna vez hayamos sentido lo mismo: «Todo lo que hagan, háganlo de buena gana, como si estuvieran sirviendo al Señor Jesucristo y no a la gente. Pues ya saben que, en recompensa, el Señor les dará parte en la herencia…. En cambio, todo el que haga lo malo será castigado, según lo que haya hecho…»2
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Julián Gállego, Nuevos cuentos de la Alhambra, Diputación Provincial de Granada (Granada: T. Gráficos Arte, 1988), pp. 41-48. |
2 | Col 3:23-25 (TLA/DHH) |