«Por mucho que ignoren sus negruras»

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Imagen por jomilo75

No se da sino hasta el año 1804 «la fundación definitiva de la ciudad de Bocas del Toro —le cuenta Rafael al doctor Martínez, el nuevo médico del pueblo—. Destinada a ser para los contrabandistas lo que fue “Las Tortugas” para los piratas, diversas circunstancias frustran el proyecto. Lo único que se sabe de cierto es que se producen nuevas violencias en el antiguo escenario; nuevos crímenes y crueldades. Hombres que se presentan de improviso, sin que nadie sepa quiénes son ni de dónde vienen….

»Repentinamente, vuelve a hacerse el silencio. Retorna la paz. El último tercio del siglo [diecinueve] es idílico. Pocos habitan las islas, y esos pocos desean llevar una existencia tranquila. Son, en su inmensa mayoría, pescadores poco ambiciosos, que se contentan con llenar la olla de verduras y pargos….

»Hacia los últimos años del siglo…, inicia la plantación en gran escala del banano. El bienestar económico barre la tranquilidad. Empiezan a correr otra vez el dinero y la sangre…, las… efusiones de sangre [sólo] ocasionales porque la altura del tiempo ya no permite abandonarse libremente a las demandas del instinto y del pasado. Entre otras cosas, la policía es más eficiente…. Sólo de cuando en cuando puede enviarse al otro mundo a un rival amoroso, o a alguien que se cree más macho que uno.

»¡Pero todo eso parece ahora tan lejano! Aún recuerdan los mayores, como una pesadilla, las extrañas plagas que arrasaron las plantaciones: sigatoka, iron rust, Panamá disease; nombres que suenan como malas palabras en los oídos de los bocatoreños que hoy viven en un pueblecito de dos mil habitantes, del que han huido, como por ensalmo, el trabajo y el dinero…. Hoy se pasean sus habitantes por las calles averiadas por el tiempo…, rememorando los buenos tiempos y soñando que un acontecimiento providencial —petróleo, o algo por el estilo— traiga una nueva época de oro.

»Ese pasado —sostenía Rafael— tiene que agobiar a los bocatoreños contemporáneos por mucho que ignoren sus negruras. Todos llevamos dentro una carga de dinamita próxima a estallar. Y los dos sentimientos contradictorios que suscita el paisaje —atracción y repudio— también conviven en nosotros, desgarrándonos interiormente. Mis paisanos, yo incluido —afirmaba Rafael—, se pasan haciendo planes de largarse para siempre. Y cuando lo hacen, viven atormentados por el quemante anhelo de volver.»1

Tiene razón Rafael, el joven superdotado en torno al cual gira la inquietante novela titulada El ahogado, escrita por el autor panameño Tristán Solarte. San Pablo describe esos sentimientos contradictorios que llevamos dentro en términos espirituales, como la ley de Dios en una lucha constante contra la ley del pecado. La ley de Dios nos motiva a hacer el bien, mientras que la ley del pecado, que nos tiene cautivos, nos impulsa a hacer el mal, de tal modo que las dos, actuando a la vez, tienen el efecto de desgarrarnos interiormente. Pidámosle a Dios que nos libre por medio de Jesucristo nuestro Señor  —que es la solución—, de modo que el quemante anhelo de volver a las cautivadoras islas del pecado no triunfe sobre el ardiente deseo de largarnos de ellas.2

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Tristán Solarte, El ahogado (Panamá: Manfer, S.A., 1991), pp. 43-45.
2Ro 7:14-25

Un Mensaje a la Conciencia

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