OBEDIENCIA NATURAL

Obediencia natural

Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina (2 Pedro 1:4).

PARA PODER EJERCER LA OBEDIENCIA, se requieren decretos y reglamentos. Por eso Dios dio a su pueblo preceptos y mandatos. Pero estas leyes son distintas de los edictos humanos. Las leyes de los seres humanos se dan para controlar la conducta y regir el comportamiento, a fin de vivir en paz unos con otros. Las leyes de Dios van más allá, pues emanan de si mismo, y se dan para vivir en paz con él. Estas encierran principios que se derivan del carácter de Dios y requieren que los seres humanos los adopten como parte de su naturaleza.
No es suficiente someterse en forma externa. No basta acatarlos superficialmente, como se obedecen las leyes humanas. Deben ser parte de la naturaleza de las personas. De allí que la obediencia debe ser no solo voluntaria sino que proceda del corazón. Este tipo de sujeción es imposible para los seres humanos, porque involucra la incorporación de principios divinos en la naturaleza humana.
Dios, sin embargo, nos ha dado el Espíritu Santo para que este tipo de obediencia esté a nuestro alcance. El Espíritu se encarga de grabar estos principios en nuestra conciencia, de modo que lleguen a ser parte de nosotros. Cuando eso ocurre, la obediencia es espontánea y feliz. No es necesario que se nos señale el deber. Obedecemos porque nos nace hacerlo; y si no lo hiciéramos, no seríamos felices. Así, el que robaba no solo no roba más sino que odia el robo. El borracho, no solo no bebe más sino que odia la bebida. Esto quiere decir que los principios de la ley se han grabado en la conciencia humana, que han llegado a ser parte de su naturaleza. Como estos principios son propios del carácter de Dios, incorporarlos en nuestra naturaleza nos hace participantes de la naturaleza divina

Que Dios te bendiga, oramos por ti!

Mayo, 19 2010

El Nuevo Pacto

Al llamar «nuevo» a ese pacto, ha declarado obsoleto al anterior; y lo que se vuelve obsoleto y envejece ya está por desaparecer (Hebreos 8: 13).

LA OBEDIENCIA EN EL ANTIGUO ISRAEL era requerida como parte del pacto que Dios hizo con su pueblo cuando los estableció como na­ción. Las leyes de ese pacto eran muy variadas: leyes civiles (para or­denar la vida ciudadana y el orden público), sanitarias (para preservar la sa­lud de la comunidad), ceremoniales (para regir el culto y la adoración), y leyes morales que tenían la finalidad de prepararlos para una vida más allá de sus lí­mites territoriales: Llegar al reino de Dios.
En la medida que observaran estas leyes, vivirían bien y en paz unos con otros y aprenderían a estar en paz con Dios. De haber observado cuidadosa­mente ese pacto, se habrían preparado para la venida del Mesías, que esta­blecería un pacto nuevo. Este iba a sustituir al antiguo, porque las nuevas condiciones existentes iban a requerir que las leyes morales de Dios se inte­graran a la vida de las personas, a fin de prepararlos para una tierra renova­da, sin pecado ni muerte. Allí, la mansedumbre no se iba a requerir por la fuer­za, sino que debía ser una obediencia que emanara naturalmente del co­razón, como sucede con los seres inteligentes no caídos.
Los profetas anticiparon ese día: «”Vienen días —afirma el Señor— en que haré un nuevo pacto con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No será un pacto como el que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la mano y los saqué de Egipto, ya que ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su esposo —afirma el Señor—”. Este es el pacto que después de aquel tiem­po haré con el pueblo de Israel —afirma el Señor—: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: “¡Conoce al Señor!”, porque todos, desde el más pequeño hasta el más gran­de, me conocerán —afirma el Señor—» (Jer. 31: 31-34).

Que Dios te bendiga, oramos por ti!

Mayo, 20 2010

Obediencia natural

Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina (2 Pedro 1:4).

PARA PODER EJERCER LA OBEDIENCIA, se requieren decretos y reglamentos. Por eso Dios dio a su pueblo preceptos y mandatos. Pero estas leyes son distintas de los edictos humanos. Las leyes de los seres humanos se dan para controlar la conducta y regir el comportamiento, a fin de vivir en paz unos con otros. Las leyes de Dios van más allá, pues emanan de si mismo, y se dan para vivir en paz con él. Estas encierran principios que se derivan del carácter de Dios y requieren que los seres humanos los adopten como parte de su naturaleza.
No es suficiente someterse en forma externa. No basta acatarlos superficialmente, como se obedecen las leyes humanas. Deben ser parte de la naturaleza de las personas. De allí que la obediencia debe ser no solo voluntaria sino que proceda del corazón. Este tipo de sujeción es imposible para los seres humanos, porque involucra la incorporación de principios divinos en la naturaleza humana.
Dios, sin embargo, nos ha dado el Espíritu Santo para que este tipo de obediencia esté a nuestro alcance. El Espíritu se encarga de grabar estos principios en nuestra conciencia, de modo que lleguen a ser parte de nosotros. Cuando eso ocurre, la obediencia es espontánea y feliz. No es necesario que se nos señale el deber. Obedecemos porque nos nace hacerlo; y si no lo hiciéramos, no seríamos felices. Así, el que robaba no solo no roba más sino que odia el robo. El borracho, no solo no bebe más sino que odia la bebida. Esto quiere decir que los principios de la ley se han grabado en la conciencia humana, que han llegado a ser parte de su naturaleza. Como estos principios son propios del carácter de Dios, incorporarlos en nuestra naturaleza nos hace participantes de la naturaleza divina

Que Dios te bendiga, oramos por ti!

Mayo, 19 2010

El Nuevo Pacto

Al llamar «nuevo» a ese pacto, ha declarado obsoleto al anterior; y lo que se vuelve obsoleto y envejece ya está por desaparecer (Hebreos 8: 13).

LA OBEDIENCIA EN EL ANTIGUO ISRAEL era requerida como parte del pacto que Dios hizo con su pueblo cuando los estableció como na­ción. Las leyes de ese pacto eran muy variadas: leyes civiles (para or­denar la vida ciudadana y el orden público), sanitarias (para preservar la sa­lud de la comunidad), ceremoniales (para regir el culto y la adoración), y leyes morales que tenían la finalidad de prepararlos para una vida más allá de sus lí­mites territoriales: Llegar al reino de Dios.
En la medida que observaran estas leyes, vivirían bien y en paz unos con otros y aprenderían a estar en paz con Dios. De haber observado cuidadosa­mente ese pacto, se habrían preparado para la venida del Mesías, que esta­blecería un pacto nuevo. Este iba a sustituir al antiguo, porque las nuevas condiciones existentes iban a requerir que las leyes morales de Dios se inte­graran a la vida de las personas, a fin de prepararlos para una tierra renova­da, sin pecado ni muerte. Allí, la mansedumbre no se iba a requerir por la fuer­za, sino que debía ser una obediencia que emanara naturalmente del co­razón, como sucede con los seres inteligentes no caídos.
Los profetas anticiparon ese día: «”Vienen días —afirma el Señor— en que haré un nuevo pacto con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No será un pacto como el que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la mano y los saqué de Egipto, ya que ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su esposo —afirma el Señor—”. Este es el pacto que después de aquel tiem­po haré con el pueblo de Israel —afirma el Señor—: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: “¡Conoce al Señor!”, porque todos, desde el más pequeño hasta el más gran­de, me conocerán —afirma el Señor—» (Jer. 31: 31-34).

Que Dios te bendiga, oramos por ti!

Mayo, 20 2010

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