Una sola ovejita (2a. parte)

landscape
Imagen por Akarsh Simha

Cuando los partidarios de Camacho y de Basilio desenfundan las espadas para vengarse, Don Quijote, como era su costumbre, se pone de parte del amor y de lo que él considera legítimo. Hace las veces de mediador entre los bandos opuestos y defiende la actitud de Basilio con este argumento: «Basilio no tiene más desta oveja, y no se la ha de quitar alguno, por poderoso que sea.» Así alude Miguel de Cervantes, en el capítulo 21 de la segunda parte del Quijote, a la parábola del profeta Natán, relatada en los capítulos 11 y 12 del segundo libro de Samuel.1

Allí el rey David acaba de cometer adulterio con la bella esposa de un pobre soldado ausente por estar defendiendo su país. La mujer, Betsabé, queda encinta, de modo que David manda traer a palacio al esposo, Urías, con el pretexto de informarse de la batalla. Lo que de veras busca es la unión sexual de aquel soldado con su esposa durante esos días de permiso, para que nadie sospeche nada cuando nazca la criatura. Pero Urías —aun después de emborracharlo David— se niega a ir a casa a pasar la noche con su esposa porque no le parece justo disfrutar de semejante placer mientras sus compañeros en armas duermen a campo abierto. La abnegación de Urías frustra tanto al rey que trama la muerte del soldado en el frente de batalla, ordenándole a su comandante que lo ponga en las primeras líneas y luego lo deje solo para que caiga y muera a manos del enemigo.

A Dios el Señor le disgusta en extremo este horrible pecado, así que envía a su profeta a que se presente ante el rey y le cuente esta historia: Había dos hombres, el uno rico y el otro pobre. El rico tenía muchísimas ovejas y vacas; el pobre tenía una sola ovejita que había comprado y criado con la ayuda de sus hijos. La quería tanto que la trataba como si fuera su propia hija. ¡Hasta permitía que la ovejita durmiera recostada en su pecho! Un día, cuando llegó alguien de visita a casa del hombre rico, el rico no quiso tomar ninguna de sus muchas ovejas o vacas para prepararle alimento a su invitado, sino que le quitó al hombre pobre su ovejita, la preparó y se la sirvió al viajero.

Al escuchar esto, el enfurecido David juzga que aquel rico merece la muerte, y decreta que ha de pagar cuatro veces el valor de la ovejita por actuar de una manera tan despiadada. Cuando Natán le contesta: «¡Tú eres ese hombre!» y le echa en cara todo lo vil de sus acciones, David admite su pecado y se dispone a recibir las graves consecuencias que le anuncia el profeta de Dios.

En el Salmo 51 David se desahoga con esta confesión sincera: «Ten compasión de mí, oh Dios…. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado…. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio…»2 Sea cual sea nuestro pecado, Dios lo perdonará si se lo confesamos con la actitud del salmista David, que afirma por experiencia: «Tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido.»3

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario (Real Academia Española, 2004), p. 713; Juan A. Monroy, La Biblia en el Quijote, (Terrassa: Libros CLIE, 1979), pp. 111‑12.
2Sal 51:1,10
3Sal 51:17

Un Mensaje a la Conciencia

Comparte:
Palabras claves:, ,


Dejar comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *