Juicios Insondables

¡h profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Romanos 11:33.

La noche estaba oscura, en medio del desierto. El aullido de los chacales la volvía más tétrica y asustadora. Tres jinetes cabalgaban en silencio, apro­vechando que el sol dormía. Caminar durante el día sería suicidio; nadie podía soportar las inclemencias del calor.
Al llegar al lecho seco de un río, el guía les ordenó: ¡Alto! Los tres jinetes obedecieron al instante. Habían prometido al guía que lo obedecerían en todo, aunque las órdenes fuesen, en apariencia, sin sentido.
A pesar del cansancio, los jinetes bajaron de los caballos y colocaron pe­dregullo en sus bolsos, conforme a la orden del guía. ¿Para qué?, pregunta­ban en su corazón; ¿por qué no aprovechamos la noche para avanzar?
Continuaron el viaje descontentos, refunfuñando en su interior; mo­lestos con las órdenes incoherentes del extraño beduino. En medio de las sombras, se escuchó la voz del hombre del desierto: “Mañana, al salir el sol, ustedes estarán felices y, al mismo tiempo, tristes”. Y desapareció.
Ellos avanzaron solos, extenuados por el viaje agotador; dos de ellos, in­clusive, arrojaron algunos pedregullos al ver que el guía no los acompañaba. Las horas pasaron. El sol salió, esplendoroso y brillante. Era hora de dete­nerse y descansar. Pero antes, metieron las manos en el bolsillo, para ver el pedregullo, y ¡no podían creer lo que veían! Eran diamantes de mucho valor: ¡eran ricos! Pero inmediatamente la tristeza se apoderó del corazón. ¿Por qué no habían recogido más? ¿Por qué no aceptaron las órdenes del guía, sin reclamar?
La vida es así. Caminamos en el desierto de un mundo lleno de tinieblas, y no podemos ver lo que encontramos en el camino. Cuántas veces pen­samos que Dios nos abandonó o que no le importan nuestros problemas. Cuántas veces discutimos sus maravillosos designios. Vez tras vez, incluso, pensamos que es injusto al permitir que el dolor llegue a nuestra vida.
Pero, el sol del día eterno llegará, cuando Jesús aparezca en las nubes de los cielos; y ese día entenderemos que el pedregullo que cargamos eran los diamantes más preciosos.
Comienza este día con la determinación de aceptar los planes divinos, sin discutir ni protestar. Di, como Pablo: “¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!”

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