Con él no hay fracaso

Añadió David: «Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo». Y dijo Saúl a David: «Ve, y Jehová esté contigo».

1 Samuel 17:37

Desde muy jovencito, David experimentó, de la manera más profunda, el poder de Dios. En el cumplimiento de su deber como pastor, había arriesgado la vida muchas veces para salvar a sus ovejas. Él mismo dijo que «cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba» (1 Sam. 17: 34,35).
Si estas palabras no las hubiera pronunciado un hombre como David, en momentos tan solemnes, uno diría que aquello no era más que jactancia. Hasta donde sepamos, no hay en nuestros días un solo hombre vivo que pueda hacerle frente a un león con las manos desnudas y matarlo. Para hacer eso se necesitan, por lo menos, dos cosas: valor en toda regla, y fortaleza sobrehumana. ¿Cómo se puede agarrar un león por la mandíbula y desquijararlo? ¿Cómo se puede agarrar a un león por la quijada sin ser alcanzado primero por las garras de cinco centímetros de largo? Con el poder, el valor y la protección que solo Dios puede dar.
Esa experiencia y esa confianza las adquirió David viviendo cada día por fe. No fue una inspiración momentánea. No se sintió capaz por fe en el instante en que vio a Goliat. Cuando llegó el momento de crisis, su experiencia con Dios le dio la seguridad y el valor para decir: «Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo».
David creía y sabía que Dios, no él, había vencido a los leones y a los osos. Por eso salió a pelear con Goliat con solo cinco piedras y una honda. Sabía que Dios saldría a pelear en su favor. Son emocionantes las palabras que le dirigió al filisteo: «Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré».
Solo un hombre lleno de fe y carente totalmente de temor puede articular palabras tan bien dichas en la hora de lo que podía haber sido una muerte fulminante. Vivamos como David para poder vencer al “gigante”. Podemos, porque «Jehová lo entregará en nuestras manos».

 

Que Dios te bendiga,

Septiembre, 26 2009

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