Despierta

“En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Salmo 17:15).

IMAGINE QUE CORRE para estar al lado de un buen amigo cuya hija acaba de morir. En el lugar hay otros que también ofrecen su apoyo. La familia lo lleva junto a la cama y usted está de pie, con semblante triste, mirando el cuerpo inerte y sin vida. Entonces usted expresa su sentimiento de dolor y todos em­piezan a llorara gritos.

En ese momento, un joven entra en la habitación seguido de sus amigos y, con voz de mando, dice: “Háganse a un lado. La niña no está muerta, tan solo duerme”.

Yo no sé cuál sería su reacción, pero sí le puedo decir qué hizo la gente de Capernaúm. En Mateo 9:24 leemos: “Se burlaron de él”. Es decir, se mofaron de Jesús. ¿Se lo imagina? Jesús era el único que podía ayudar y… se burlaron de él.

La multitud salió de la habitación. Jesús entró y tomó a la niña de la mano, como si fuera a despertarla y ayudarla a levantarse. Y la niña se sentó; no des­pués de una larga y complicada oración, sino tras un simple toque. De la misma manera, las almas muertas no resucitarán a la vida espiritual a menos que Cris­to las tome de la mano.

La noticia de este milagro se extendió rápidamente y, pronto, todos habla­ban de él. La gente hablaba más de los milagros de Cristo que de su doctrina. Es más agradable hablar de lo sobrenatural que de las ideas y los principios. El misticismo atrae nuestra atención con más fuerza que la espiritualidad. Prefe­rimos escuchar: “Levántate de los muertos”, en lugar de “Arrepiéntete de tus pecados y conviértete”.

Al principio de su ministerio, Jesús escogió vivir en Capernaúm. Los lu­gareños debieron conocerlo bien y él intentó una y otra vez acercarse a ellos mediante la predicación y los milagros. Pero ellos no quisieron recibirlos, ni a él ni su predicación. Más adelante, entristecido, Jesús declaró: “Y tú, Caper­naúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida, porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, ha­bría permanecido hasta el día de hoy” (Mat. 11:23). ¡Qué bendición perdió la ciudad!

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