Dios estará contigo

Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Josué 1:5.

Moisés había muerto, y su cuerpo había sido enterrado. La despedi­da había sido, a la vez, dolorosa y dulce; reflexiva y estremecedora. Inevitable.

Cuando un líder muere, el pueblo se ve desorientado. Pierde su punto de referencia, vacila a veces; mira al futuro con temor. Fue en esas circuns­tancias que Dios se dirigió a Josué, el nuevo líder, y le manifestó las palabras mencionadas en el versículo de hoy.

La promesa involucraba relación. Dios estaría con el joven líder, no lo dejaría ni lo desampararía. Dios siempre está con quienes reconocen su fra­gilidad y lo buscan. La pregunta es: ¿Está el ser humano con Dios?

Dios nunca abandona a sus criaturas. Es la criatura, en sus locos arreba­tos de independencia, que abandona al Dador de la vida. Al principio, todo le parece fascinante: vivir sin reglas y correr por los engañosos pastos del existencialismo le parece la aventura que siempre soñó.

El tiempo, sin embargo, se encarga de mostrarle la insensatez de su deci­sión. En lugar de encontrar las montañas deseadas de la victoria, desciende a los abismos oscuros y solitarios de la derrota. Se asusta, e intenta inútilmente encontrar la salida.

Dios sabía que Josué corría el riesgo de conducir al pueblo a la muerte. Por eso, se le presentó una noche y le recordó que la condición para conquis­tar los grandes desafíos de la vida era estar en él.

Tal vez, este consejo te llega mientras saboreas el gusto amargo de la de­rrota; lloras las lágrimas de los sueños frustrados. Los castillos que construiste se desmoronaron en un instante: vinieron las ondas de la crisis, y descubriste que habías edificado sobre la arena. Miras a todos lados, y tratas de descubrir qué es lo que salió mal.

Vuelve tus oídos al consejo de hoy. ¿Está Dios contigo? ¿Tienes la segu­ridad de que el brillo seductor del éxito no te llevó a abandonarlo? Luchaste solo; corriste solo. Y, cuando el enemigo apareció, no pudiste hacerle frente.

Por eso hoy, no salgas de casa sin recordar la promesa divina: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé”.

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