Buenas obras

El cual pagará a cada uno conforme a sus obras. Romanos 2:6.

Por algún motivo, muchos cristianos no entienden el lugar de las obras en la experiencia espiritual. Las obras no salvan a nadie. La Biblia enseña, con claridad meridiana, que la salvación es únicamente por la gracia maravillosa de Jesús.

Este mensaje está presente desde el libro de Génesis, cuando un cordero, que simbolizaba a Jesús, era sacrificado a fin de resolver el problema de la desnudez humana; pasando por el pueblo de Israel, en que cada israelita tenía que ofrecer a Dios un corderito, como expiación por su pecado, hasta el libro de Apocalipsis, que termina diciendo: “La gracia del Señor esté con todos vosotros”.

Pero, el texto de hoy es también claro, al afirmar que el resultado final de la gracia son las buenas obras y que, finalmente, seremos juzgados por lo que hicimos o dejamos de hacer.
La gracia no está reñida con las obras; ambas tienen lugar en la experiencia de una persona que ha entregado su vida a Jesús. La gracia es la causa de la salvación; las obras, son su resultado. La confusión sucede cuando cambia­mos los papeles, y pensamos que las obras nos califican para la salvación; o, ya que fuimos salvos en Cristo, no necesitamos preocuparnos por las obras.

La otra confusión surge cuando deseamos que las buenas obras sean el resultado de nuestro esfuerzo. Si para alguna cosa vale el esfuerzo humano, es para buscar a Jesús y mantener, con él, un compañerismo diario a través de la oración, el estudio de la Biblia y la testificación.

¿Por qué se necesita esfuerzo? Porque la naturaleza humana, que todavía cargamos, nos conduce lejos de Dios; no es natural que quiera vivir en co­munión con Jesús.
Pero, el hecho de que no sea natural no significa que debas quedarte vegetando en el terreno de la mediocridad espiritual, y aceptes pasivamente una vida de derrotas espirituales.

La victoria es posible con Jesús. Por eso, el libro de Apocalipsis está re­pleto de promesas para los vencedores. La victoria no es una fantasía, ni una utopía, ni algo reservado solo para quienes tienen gran fuerza de voluntad. La victoria es un presente de amor, que Jesús ofrece a los que, con humildad, lo buscan. Haz de este día un día de victorias espirituales y de muchas obras, sa­biendo que Dios “pagará a cada uno conforme a sus obras

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