Sígueme

Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme. Juan 21:19.

Julio de 58 d.C. Roma está en llamas. Se murmura, en la ciudad, que el autor del incendio es Nerón, pero se culpa a los cristianos; muchos de ellos, cubiertos de betún, son quemados vivos. Pedro corre una suerte diferente: a él lo crucifican cabeza abajo; por lo menos, eso afirma la tradición. Muerte heroica la de Pedro; diferente de aquel hombre cobarde, que juró no conocer al Maestro, la noche en que el Salvador del mundo fue crucificado.

Aquella noche amarga; la más triste de las noches tristes, la miseria del hombre había llegado a su expresión más audaz. Y, en medio de aquella tragedia, tal vez Pedro y Judas sean los emblemas de la manera en que el ser humano reacciona ante el sacrificio de Cristo.

Judas se suicidó; no fue capaz de resistir el peso de la culpa. Sus carnes fueron hechas pedazos por los perros, al día siguiente. Pedro también sintió el peso abrumador de la conciencia; el martilleo de la culpa lo golpeó sin piedad. Pero, el apóstol creyó en la promesa de perdón de Jesús, y lloró, arre­pentido de su traición.
Ahora ya todo ha pasado. El sol aparece, sonriente, a la orilla del mar de Galilea, cuando el Señor se presenta a sus discípulos. Pedro no tiene si­quiera el valor de levantar la mirada. ¿Qué decir? ¿Cómo justificar que lo ha negado? Es Jesús quien toma la iniciativa. Gracias a Dios, siempre es Jesús el que parte en dirección del hombre caído. Es él el que busca, el que llama y, finalmente, encuentra al pecador.
Tú conoces bien la historia. Después de preguntarle tres veces si lo ama­ba, anuncia a Pedro el triste fin que lo espera, si desea seguirlo. Y él acepta. Ya no va al Maestro atraído por el Reino, por las luces o por las bendiciones; eso es asunto del pasado. Su motivación, ahora, es el amor. Y cuando el amor llena tu corazón, toma también posesión de tus ojos, de tu mente; en fin, de tu ser entero. Ya no ves las dificultades, los problemas ni las amenazas que te esperan. El amor te constriñe; te arropa en su manto y te hace avanzar seguro, en medio de la tormenta.
Si Pedro murió como la tradición describe, poco importa. Importa que muriera sirviendo a su Señor y testificando acerca de su amor. Por eso hoy, tú también sal a enfrentar las dificultades, recordando que “esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme”.

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