El Espíritu Santo y la oración

Paul Yonggi Cho

 En mi vida personal, la comunión con el Espíritu Santo es lo más importante. Yo no podría vivir sin ese dulce compañerismo que ha llegado a ser tan familiar en mi vida. Por la mañana siento su vigor sobre mi corazón y tengo la fuerza necesaria para enfrentarme a los desafíos del día sabiendo que saldré plenamente victorioso en cada situación.

También he descubierto que no soy lo bastante listo para resolver los miles de problemas que se me presentan de forma constante; sin embargo, puedo decir simplemente al Espíritu Santo: “Dulce Espíritu, déjame contarte la dificultad en que me encuentro. Sé que conoces los pensamientos de Dios y que ya tienes la respuesta”. Luego espero con seguridad la contestación del Espíritu Santo.

Al descubrir a lo largo de todos estos años que el Espíritu Santo me renueva espiritual, mental y físicamente, he comprendido que la comunión diaria con Él es algo necesario. De la hora que paso cada mañana en oración, gran parte del tiempo la dedico a la comunión con el Espíritu.

Cada vez que Dios me da algo nuevo y fresco de la palabra, sé que procede del Espíritu de verdad que mora en mí. Del mismo modo que el Espíritu Santo hizo concebir a María, puede asimismo fecundarnos con la palabra de vida. “La letra mata, más el Espíritu vivifica”. Esta es la razón por la cual millares de personas hacen coa delante de nuestra iglesia los domingos para asistir a cada uno de los siete cultos que tenemos; y por lo que nuestro culto televisado es uno de los programas de mayor audiencia. La gente no está simplemente interesada en que se le enseñe la Palabra; sino que desea la verdad ungida por el Espíritu Santo. Pablo experimentaba este tipo de enseñanza; y así testifica a la iglesia de Corinto: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Corintios 2:12-13).

El Espíritu Santo no sólo nos unge para que ministremos la Palabra de Dios con poder y autoridad, sino que también nos protege de los ataques del diablo. El hecho de pastorear la mayor iglesia del mundo no me exime de las embestidas de otros. Lo que me molesta no son los ataques del mundo, sino los que proceden de algunos creyentes que tienen la capacidad de ofender. Pero una comunión diaria en el Espíritu Santo puede protegeremos, no de semejantes ataques, sino de sus efectos. Observamos este principio claramente revelado en la vida de Esteban, el primer mártir de la iglesia.

Como vemos en hechos 7, Esteban proclamaba la Palabra de Dios con gran poder; sin embargo, la respuesta de Israel fue que se sintieron tan culpables que desearon matarlo por causa de sus palabras: “Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios” (Vr. 54-56).

Pablo termina su segunda epístola a la iglesia de Corinto, diciéndoles: “LA gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”; y se refiere nuevamente a este comunión con el Espíritu Santo en Filipenses 2:1.

Si sus oraciones son algo vacío y no suponen un estímulo para usted, tal vez sea que no está obedeciendo la amonestación de Pablo de tener comunión con el Espíritu Santo. El Espíritu le introducirá el gozo, la paz y el sentimiento de justificación que usted desea. Recuerde que el reino de Dios no consiste en comida ni en bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.

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