El Solitario Jorge

(22 de mayo: Día Internacional de la Diversidad Biológica)

Hace dos siglos, miles de tortugas habitaban las Islas Galápagos. El número de ellas fue menguando desde 1535, el año en que un barco que transportaba al obispo Tomás de Berlanga a Perú había encontrado un lugar seguro en las islas, desconocidas hasta esa fecha. Es que, como no había congeladores o refrigeradores donde los marineros pudieran guardar carne fresca, las tortugas se convirtieron en su fuente de alimento ideal.

Para colmo de males, durante el siglo diecinueve hubo noventa y seis embarcaciones que se llevaron a más de trece mil tortugas en el lapso de treinta y siete años. Y por si eso fuera poco, la introducción de ratas, gatos, perros, cerdos, burros, chivos y vacas, entre otras especies, puso en aún más peligro a las tortugas terrestres, ya que esos animales se alimentaban a expensas de las tortugas. Comían no sólo las mismas plantas que comían las tortugas, sino también sus huevos o crías. Y hasta pisoteaban sus nidos que estaban a ras de tierra.

No es de extrañarse entonces que, cuando algunos científicos visitaron la Isla Pinta en 1971, la única tortuga gigante que encontraron en toda la isla fue el bien llamado Solitario Jorge, con caparazón tipo montura que le permitía levantar el cuello para alcanzar hojas de arbustos altos a fin de alimentarse. El pobre Jorge estaba tan solo que ofrecieron una recompensa de diez mil dólares a quien encontrara una hembra de la misma especie para que ésta no se extinguiera.

Lamentablemente no se halló ninguna, así que en 1972 trasladaron a Jorge al Centro de Crianza en la Isla Santa Cruz, donde se hicieron varios intentos de reproducción sin que ninguno diera resultado. Nada habría de salvar de la extinción a aquel último sobreviviente de la especie Chelonoidis abingdoni. El Solitario Jorge, que se había convertido en una especie emblemática para el archipiélago y el mundo, murió allí en 2012 por causas naturales. Se cree que vivió más de cien años.

El guardaparque Fausto Llerena, quien cuidaba a Jorge y le daba de comer todas las mañanas durante las cuatro décadas en que vivió en el Centro de Crianza, comentó: «Jorge era un miembro de mi familia. Yo lo [estimaba] de esta manera porque, de las tantas tortugas que había, él era el más allegado y más querido de [todos].»1

Si así pudo llegar a querer ese guardaparque a una criatura única que no era de su propia especie ni mucho menos producto de su creación, ¡cuánto más no podrá querernos a nosotros Dios, nuestro Padre celestial, quien nos creó a su imagen y semejanza!2 Sólo que, a diferencia del resto de su creación, a nosotros los seres humanos nos creó Dios con libre albedrío para que lo amemos de corazón, tal y como Él nos ama a nosotros, y formemos parte de su familia por elección propia y no por obligación. Más vale que, de no haberlo hecho ya, correspondamos a ese amor y le pidamos cuanto antes que nos adopte como hijos suyos.3 Pues a cada uno que lo hagamos nos hará sentir como «el más allegado y más querido de todos».

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Daniel Vilema, «Recordando la historia del Solitario George en las islas Galápagos», 23 febrero 2017 <https://www.darwinfoundation.org/es/articulos-blog/ 284-recordando-la-historia-del-solitario-george-en-las-islas-galapagos> En línea 15 mayo 2020.
2Gn 1:26-27; 5:1
3Jn 1:12; 3:16; Ro 8:14-15,29-30; Gá 4:5; Ef 1:5; 1Jn 3:1-2

Un Mensaje a la Conciencia

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