PECADO MORTAL

Pecado mortal

Hay un pecado que sí lleva a la muerte, y en ese caso no digo que se ore por él (1 Juan 5: 16).

LOS SACRIFICIOS QUE SE OFRECÍAN en el santuario eran por los pecados involuntarios, es decir, que se cometían «inadvertidamente». Los pecados voluntarios o premeditados que se cometían en flagrante violación de la ley divina, no tenían expiación. La persona llevaba su culpa. Tal era el caso, por ejemplo, del que daba falso testimonio en un juicio: «Si alguien peca por negarse a declarar bajo juramento lo que vio o escuchó, sufrirá las consecuencias de su pecado» (Lev. 5: 1). No había expiación para esa persona. Lo mismo sucedía con pecados abiertos o descarados que se hacían en rebelión contra Dios, y sin que luego mediara algún tipo de arrepentimiento. Ejemplo de estos pecados eran el adulterio, el asesinato y la violación desafiante del sábado. No se proveía expiación por ellos, porque eran actos de rebeldía, que expresaban la intención del pecador de no tener en cuenta a Dios, de no querer recibir su perdón. Actos que revelaban falta de arrepentimiento y contrición.
En el Nuevo Testamento se lo llama «el pecado contra el Espíritu Santo» (Mat. 12: 31, 32); porque desoye intencionalmente la voz del Espíritu que llama al arrepentimiento. Es el desprecio al deseo divino de perdonar al pecador. A este pecado también se lo llama el pecado de muerte, porque lleva a la muerte. Este tipo de pecado no tiene expiación. Dios no concede el perdón, porque el pecador no busca el perdón. Es el pecado en el que, de acuerdo al autor de Hebreos, es imposible restaurar al ofensor: «Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimen­tado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado. Es imposible, porque así vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública» (Heb. 6: 4-6).

Expiación personal

Por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación (2 Corintios 5: 18).

DECÍAMOS AYER QUE EN LOS SERVICIOS del santuario no había expiación por el pecado de rebeldía abierta contra Dios. Vemos, por otra parte, que en los servicios del santuario se ofrecían los holocaustos matutino y vespertino a favor de toda la nación, y se consideraban como una expiación colectiva en favor de Israel. Pero eso no cancelaba el requerimiento de una expiación personal. El pecador debía aún llevar su ofrenda personal por su pecado. Sin esa ofrenda por el pecado individual, las personas eran «cortadas de su pueblo», es decir, eliminadas de su derecho a recibir las promesas y bendiciones de Dios.
Esto nos muestra el valor del sacrificio de Cristo para expiar los pecados del mundo. Él cargó sobre sí el peso del pecado de toda la humanidad. No ha existido ni existirá una persona por la que Cristo no haya pagado por su pecado. El apóstol dice: «Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros sino por los de todo el mundo» (1 Juan 2: 2). Pero eso no elimina la necesidad de que ofrezcamos nuestra expiación personal. Es decir, la expiación lograda por el sacrificio de Cristo debe ser aceptada personalmente. Por decirlo de algún modo: debemos ofrecer nuestro sacrificio individual, el sacrificio por nuestro pecado. Esto significa aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal. Si no ofrecemos este sacrificio, y despreciamos la misericordia divina ofrecida por la expiación de nuestro Señor, entonces no hay expiación personal. Es como si derrocháramos la sangre de Cristo. Él se ofreció por el mundo entero, pero hay muchos que no lo aprovechan, porque se niegan a ofrecer su sacrificio personal. Como dice el apóstol: «Solo que­da una terrible expectativa de juicio, el fuego ardiente que ha de devorar a los enemigos de Dios» (Heb. 10: 27). El servicio diario del santuario proveía al israelita la oportunidad de hallar expiación personal por su pecado. Del mismo modo, hoy debemos acudir diariamente a Cristo, para llevarle nuestro pecado y que nos limpie de toda maldad.

Que Dios te bendiga,

Pedidos de oración cielo77014@hotmail.com

Septiembre, 15 2010

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  1. santos alfredo cortez

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